Voces que crujen, y por el agua los términos claros de un tapón. Marcada por el ritmo del corte, la lluvia, transversal, a su paso seca todo horror y toda gloria, toda palabra amable que no volverá a ser dicha.
La furia, el espasmo, el afán y la ovación, es decir, aquellos rostros etéreos, cuarteados sin cuartel y adheridos a una emoción que no fue anhelo, a una luz que carece de sombra y, por tanto, de interés, se entreveran en los charcos verdes que provoca el aguacero. El instinto, dice, insiste en que vas bien, pero el asfalto se quivoca.
Quiero decir que bajo tierra las fabrican, que puedes permanecer atónito ante un catálogo de reflejos, de ideas, de nada que nada volará, y al sumergirte no encontrar lo rostreado, lo entreverado. Quiero decir que la mirada y sus escombros fermentan y decrecen, simultáneamente, una salida, un retroceso del ánimo más iracundo a la actitud menos vegetal. Quiero decir que en realidad nada tengo que decir aunque lo intento, y así lo hago, así las voces crujen pero no hablan, los rostros reflejan pero no brillan, el agua cae pero no moja.
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