Si una casa arde en medio del bosque y
nadie está cerca para escribirlo, ¿produce algún espasmo?
Arranca la inquietud frente al texto
que degüella, el texto que no respira, y da comienzo el bombardeo de
la memoria. El estrecho espacio de intersección ofrece una narración
fragmentaria, deambulante, pero nunca aleatoria. Hay una casa que
oculta un acertijo, una revelación que será distinta para ti que
para mí aunque igualmente resquebrajadora.
En este quirófano el oasis que no has
de beber te extirpa la decencia y te impone una poesía degarrada,
vívida y voraz. Los muertos que te miran desde detrás de tus ojos
se complacen en anunciar que eres el heredero de las colisiones entre
deseo e ignorancia, «pues aquí todos tenemos que ganarnos la
caída». Herencia acompañada de extraños misterios familiares que
repentinamente salen a la luz, mas qué importa la trama, lo que
cuenta para este libro es explotar en él. Como cuenta que las
cabezas partidas sean en todo momento las de los demás.
Se sucede el sexo sagrado entre
pequeñas criaturas, siempre dentro de un bosque de visiones que viene y va y
viene como van las ondas electromagnéticas que transportan materia sin
energía, tumores sin estado. Hay una autopista musical, una
vibración propagandística y un bucle de imágenes con las que el
lector debe arroparse frente al frío de la noche sin seleccionar las
intenciones del autor. Las referencias se entrelazan, desabrochan sus
interrupciones hasta cocinar el infértil caldo de cultivo, las
miasmas, el delicioso manjar para aquellos perturbados que se adentran
en las fiestas sincopadas de la espesura vegetal.
Hay, en el fondo de estas páginas, un
escritor que está vivo y muerto a la vez, que sólo ansía que algún
imbécil abra la caja y se decida todo. En efecto, el bosque ha
llegado.
*Comentario a Quirófano en el bosque,
una novela de Cesc Fortuny i Fabré (La Náusea Ediciones, 2020).
Disponible en descarga libre en este enlace.