Marian
Raméntol y Cesc Fortuny llevan años enfrascados en una contienda
tan interesante como arriesgada: a través de multitud de proyectos,
personales y colectivos, y utilizando la palabra, la pintura o la
experimentación sonora a modo de armas, nos proponen una lucha
constante contra el tedio, el pensamiento único y la banalidad en el
arte.
Su
último artefacto es Efímer, una película
experimental de treinta minutos de duración en la que las imágenes
se ven envueltas por el ruido y la música y, sin palabras, se
acercan al terreno de la poesía visual.
Efímer me ha parecido una
película salvaje, bruta, un ataque sin concesiones a muchos niveles
(narrativo, visual, conceptual). Es muy valiente en estos tiempos
ofrecer alternativas así de poderosas, de atrevidas. Efímer
es, además, un tipo de trabajo en el que, una vez que entras, es
complicado salir: va provocando y encadenando sensaciones de una
manera muy afilada, poniéndonos un espejo de muchas cosas que somos.
Por ello, cuando finaliza, reconforta saber que en el futuro habrá
continuación, pues Efímer es, tal y como nos indican sus
autores, la primera parte de una trilogía basada en los conceptos
budistas de impermanencia, deseo y sufrimiento.
Me ha interesado mucho el protagonismo
del agua, para mí el mayor ser vivo que existe, la base de
toda vida. En esta película, y en nuestro mundo, todo comienza y
termina en el agua; Efímer nos lo recuerda porque tendemos a
olvidar, y lo hace con mucho gusto y variedad: agua en calma, en
torrente, en río, en mar... añadiendo siempre cierta inquietud a su
presencia.
Efímer consigue también
sorprender de repente con imágenes inesperadas, como un pollito
descascarillándose, un imponente valle lleno de cruces o unas ovejas
en el matadero. La aparición reiterada y espectral de un vestido
rojo, y la forma en que están rodadas esas apariciones, produce
imágenes muy hermosas y una metáfora muy interesante a lo largo de
la película, como en la escena en que está sumergido y, sobre todo,
en la escena del matadero (la sangre, más vida). Son momentos de
intensidad y gran emoción, muy provocadores y que, creo, centran y
concentran al espectador donde los autores quieren, para luego
volverlo a soltar y dejarlo caer por el flujo de las aguas hasta la
siguiente sorpresa. Y esto también es muy de agradecer, que
muestren, sugieran pero sin explicitar, permitiendo al que lo ve ser
partícipe de la experiencia y cocreador de significados. Me parece
una muestra de elegancia, generosidad y sabiduría.
Por último, constantemente y por
debajo de todo, está siempre la música, el ruido sosteniendo la
luz, y muy acertadamente en todo momento. La música en Efímer
es una gran generadora del placer, malestar y demás sensaciones que
asoman por la película.
Efímer es, en resumen, un
trabajo que provoca y seguirá provocando emociones, que infunde e
inspira libertad.
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